Científicos plantean la destrucción de ecosistemas como posible causa de la proliferación de pandemias
Oriol Masferrer | Barcelona 25/05/2020
Nadie en China, ni en el resto del mundo, pensaba en diciembre que el nuevo tipo de gripe no sería una gripe estacional. Pocos imaginaban que esta nueva enfermedad llamada COVID-19 terminaría por convertirse en una pandemia de grandes dimensiones. Científicos de renombre pusieron en duda que se tratara de un problema mayor que una nueva cepa de gripe estacional. Y mucho menos, se plantearon que la aparición del nuevo virus tuviera relación con la destrucción de ecosistemas.
El presidente de la Asociación Española de Virología, Albert Bosch, a principios de febrero en Barcelona en el congreso “Viruses 2020: Novel Concepts in Virology” aseguraba que “el alarmismo” causado por el coronavirus de Wuhan (China) lo hacía “más grave de lo que realmente es”.
Pasadas unas semanas, el día 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declararía este nuevo patógeno como una pandemia. El número de personas infectadas se iría multiplicando a miles, a cientos de miles y finalmente millones, como también lo harían las defunciones. A finales de mayo ya llegan a 4,9 millones de infectados y 326.515 muertos. A estas alturas ya se habla de la gran pandemia del siglo XXI. Los expertos advierten que esta no es la primera ni será la última.
Origen de las pandemias
Son muchas las distintas enfermedades transmitidas de animales a humanos. La caza furtiva y la venta de la carne de chimpancés para el consumo humano dieron origen al SIDA. Desde 2004 la pérdida de vegetación en las selvas de la Isla de Borneo, en Malasia, causada por la deforestación ha contribuido a que la Malaria que infectaba principalmente a primates haya infectado a una proporción de humanos cada vez mayor. La destrucción de selvas en África Central ha supuesto un incremento del contacto entre las comunidades que viven en los lindares de los bosques y los murciélagos que viven en la vegetación a los que se atribuye ser el origen del Ébola.
Según datos de la OMS la frecuencia de brotes epidemiológicos se ha triplicado desde 2010, sumando un total de cinco enfermedades junto a la COVID-19 que se han extendido por todo el mundo desde principios de siglo: en 2002 apareció el SARS, después llegó la gripe porcina, luego apareció el MERS en 2012 y en 2014 surgió el Ébola en Europa, virus que sigue vigente en algunas zonas de África.
El origen de estas enfermedades es zoonótico, es decir que la transmisión se produce de animales a humanos. En los últimos 40 años más de un 70 % de las enfermedades víricas han sido transmitidas por animales salvajes, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El estudio “Links between ecological integrity, emerging infectious diseases originating from wildlife, and other aspects of human health – an overview of the literatura” de la Wildlife Conservation Society (WCS) en el que han participado biólogos, matemáticos y ambientólogos, ha atribuido a la destrucción de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, como las posibles causas de la proliferación de pandemias y enfermedades infecciosas como el SARS-CoV-2 (COVID-19).
¿Cómo afecta la destrucción de ecosistemas al origen de nuevas epidemias?
El informe de la WCS ha señalado que “la destrucción de ecosistemas debida a la actividad humana, incrementa el riesgo total de enfermedades de origen zoonótico que provienen de animales salvajes. Esta relación queda reflejada por múltiples enfermedades, a nivel global y regional, en modelos teóricos, sin embargo la proporción de casos de degradación que conducen a un riesgo sustancialmente mayor, por el momento, no se entiende bien”.
“La degradación del medio ambiente ha alterado ecosistemas a nivel global y continúa haciéndolo. El riesgo incrementa al interactuar humanos con nuevos virus por la disrupción de la ecología, en especial cuando aparecen nuevos hábitats humanos en el límite entre varios ecosistemas, o por la venta y consumo de animales salvajes y/o por la agricultura intensiva”, según el informe.
Los científicos han ratificado que “la preservación de ecosistemas en el mayor grado posible, podría minimizar la aparición de nuevos agentes víricos”, por lo que exhortan a considerar la necesidad de “mantener la integridad del ecosistema” para evitar “modificar los ecosistemas por debajo de su variabilidad natural”.
Asimismo, han subrayado la importancia de “evitar la explotación a gran escala para usos extractivos como son la tala industrial de árboles o la caza de animales y plantas a gran escala, evitar fragmentar los bosques mediante pastos, granjas y no interrumpir los fuegos e inundaciones naturales y proteger a los pueblos indígenas y comunidades locales, generando infraestructuras sanitarias para vigilar cualquier nueva enfermedad que pudiera surgir”.